La Casa-Museo del Timple acogió una nueva conferencia que rememoró parte de los 600 años de la Villa de Teguise

El Ayuntamiento de Teguise continúa celebrando las Jornadas de Historia donde se rememoran los 600 años de la fundación de esta Villa de San Miguel Arcángel de Teguise.

El profesor Fernando Bruquetas de Castro, Catedrático EU de Historia Moderna de la ULPGC, fue el encargado de disertar el pasado 27 de noviembre sobre “Agustín de Herrera y Rojas, primer marqués de Lanzarote, en un acto presentado por la responsable del área, Olivia Duque.

En este ciclo de conferencias se están desgranando las biografías de personalidades importantes en el devenir histórico de Lanzarote. Con ellos nos podemos acercar a nuestra evolución económica, social, política o cultural desde el siglo XV hasta la actualidad.

La historia del marqués de Herrera

Primer conde y marqués de Lanzarote, nació en la Villa de Teguise (Lanzarote) en la primera mitad del siglo XVI y falleció el 16 de febrero de 1598. Criado del Rey y miembro del Consejo de Su Majestad. Fue nombrado por Felipe II Capitán General de la isla de Madeira.

Don Agustín de Herrera fue el único hijo legítimo de Pedro Fernández, señor de Lanzarote y Fuerteventura, y de doña Constanza Sarmiento Dafía, nieta del último rey indígena de Lanzarote. En julio del año 1553 contrajo matrimonio en primeras nupcias con Inés Benítez de las Cuevas, con quien no tuvo descendencia, pero de su unión extramarital con doña Bernardina de Cabrera y Bethencourt nacieron dos hijas: Juana y Constanza de Herrera. Esta última enlazó con el insigne escritor Gonzalo Argote de Molina, provincial de la Santa Hermandad de Andalucía y veinticuatro de Sevilla, quien dejó un recuerdo imperecedero de su paso por las Islas Canarias.

El 22 de noviembre de 1588 don Agustín de Herrera y Rojas contrajo matrimonio en segundas nupcias en Madrid con doña Mariana Manrique Henríquez de la Vega, hija de don Diego de Tebes, gentilhombre de la Casa del Rey, con quien tuvo un hijo también llamado Agustín de Herrera y Rojas, segundo de este nombre y del título de marqués de Lanzarote.

El 10 de agosto de 1545, cuando aún era muy joven, don Agustín de Herrera fue jurado por sus vasallos de las islas de Lanzarote y Fuerteventura como señor de ellas, después de lo cual emprendió la ardua tarea de reunir el patrimonio disperso de sus ancestros, logrando agrupar en sus manos once de las doce partes en que se hallaba dividido el señorío de las Canarias Orientales.

Don Agustín de Herrera y Rojas era pariente de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli y de los poderosos marqueses de Denia, y mantenía una estrecha relación de amistad con otros prohombres de la corte hispana, entre los que se encontraba el secretario del Consejo de Estado Juan Delgado. Esta proximidad a la Corona le convirtió en eje de la política de la monarquía hispánica en las costas de África Occidental, cuyas tierras y mares vigilaba desde las estratégicas islas de Lanzarote y Fuerteventura. En este escenario el joven señor adquirió la práctica bélica que le hizo famoso posteriormente, pues sus asaltos al continente vecino comenzaron desde que cumplió los dieciocho años, realizando al menos una jornada por año y siempre contando con licencia real para ello. Estas entradas en África le proporcionaron experiencia y fortuna, contribuyendo a la formación de una compañía de milicias moriscas que desde entonces defendían las islas señoriales bajo su experto mando.

En 1567 Felipe II le hizo merced a don Agustín de Herrera del título de conde de Lanzarote en recompensa por los servicios que constantemente prestaba a la Monarquía en la costa de África, ya que esta era una zona de especial atención por ser la retaguardia natural de España y hallarse sumida en un proceso de inestabilidad política debido a luchas internas entre diversas facciones que aspiraban a ostentar el poder en el Magreb.

En el año 1582 el conde de Lanzarote ofreció su servicio castrense al rey cuando se suscitó la disputa por los derechos al trono portugués, avisando de los movimientos de las fuerzas navales del prior de Crato, quien pretendía ocupar los archipiélagos atlánticos de Azores y Madeira, así como informaba del paso ininterrumpido de navíos franceses por las costas de Lanzarote y Fuerteventura. Al mismo tiempo don Agustín de Herrera y Rojas sugería cuál era la zona que se debía proteger y dónde se hallaban los puntos que convenía controlar para proteger las Azores. Por ello, a mediados del mes de marzo, el rey le otorgó el nombramiento de capitán a guerra y capitán general de las islas de Madeira y Puerto Santo. Con su compañía de moriscos se presentó en la ciudad de Funchal el 29 de mayo de ese mismo año y organizó la defensa en torno a dos ejes principales: la reparación de los baluartes existentes –y construcción de otros nuevos– y la anulación del leve foco de sedición interno. La defensa que realizó de estas islas fue la clave para que ambos archipiélagos se mantuvieran bajo el dominio hispano durante la guerra y proporcionó suficiente tranquilidad para el paso de las flotas que cruzaban aquellas aguas camino de Canarias, África y América.

En recompensa por su actitud y la defensa realizada, dos años más tarde, es decir, en 1584, Felipe II le honró con el título de marqués de Lanzarote.